John Schuetze narra en su libro El Matrimonio y la Familia que, durante un viaje al extranjero, se encontró con una estatua de bronce de un león un tanto peculiar… un león con patas de perro. Esta curiosa situación se debió a que, aparentemente, el escultor nunca había visto un león y procedió a esculpir al felino basándose en una fotografía en la que no se incluían las patas. De esa manera, el escultor decidió echar mano de su imaginación, dándole a la escultura unas patas que sí eran familiares para él.
Con esta ilustración Schuetze nos muestra que es posible tener una imagen incompleta o distorsionada acerca de muchos aspectos en nuestra vida ya que, como el escultor, formamos imágenes asociándolas a nuestro conocimiento previo o empírico. El punto de Schuetze es que con el matrimonio ocurre lo mismo. En los mejores casos se puede tener una imagen borrosa o poco clara; en otros casos, la imagen que se tiene del matrimonio es resultado de la exposición a los medios de comunicación y a la opinión de la sociedad, en su mayoría diametralmente opuestas al diseño divino original.
La familia tampoco se escapa de ser distorsionada. En muchos casos, la referencia que se tiene es la de un hogar disfuncional, donde incluso los hijos han sido víctimas de abuso de sus mismos padres, o de padres dominantes que en última instancia recurrieron al divorcio y, en algunos casos, a segundas nupcias. Todo esto ha llegado a considerarse una realidad aceptable en nuestros días.
El problema real radica en intentar formar nuestras propias imágenes e ideas acerca del matrimonio. Actuando así, terminamos por establecer nuestras propias reglas de convivencia dentro del matrimonio y, por ende, de la familia. Hacer lo que a cada uno le parece bien, como hizo el pueblo de Israel (Jue. 17:6), inevitablemente lleva al caos en todos los aspectos de la vida, además de que acarrea como consecuencia directa el alejamiento entre Dios y el hombre.
Por eso, para ver una fotografía completa y fidedigna del matrimonio, se tiene que recurrir a las páginas de la Escritura, donde encontramos bien definido el modelo a seguir. No todos los matrimonios que aparecen en la Biblia son ejemplos para imitar: desde Adán y Eva, y hasta Ananías y Safira, hay evidencias de que el pecado siempre ha distorsionado la imagen bíblica del matrimonio. Pero en su Palabra, el Señor enseña los principios que revelan una imagen del matrimonio que Dios llama “muy buena”.