“Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere.” -Santiago 3:4.
Quienes hemos viajado en un barco, por más grande o pequeño que sea, podemos visualizar la exactitud de esta analogía. Cualquiera que sea su tamaño, es dirigido por un pequeño aparato llamado timón, el cual adquiere gran importancia. Si ese timón se equivoca o se descuida, puede ocasionar su hundimiento, como fue el caso del famoso Titanic.
En este pasaje, Dios equipara el timón a la lengua y nos hace una severa advertencia: nuestra lengua, si no la controlamos, puede ocasionar un gran incendio que cause mucha destrucción.
Es una advertencia de gran importancia para nuestra vida diaria. Qué fácil es soltar nuestra lengua y hablar mal de las personas, de nuestra esposa, de nuestro jefe, de nuestro hermano, del pastor. Qué fácil es hacer comentarios ofensivos, a veces disfrazados de bromas. Qué fácil es creer que no va a pasar nada, sin darnos cuenta del gran daño que podemos causar a nuestro prójimo e incluso ser piedra de tropiezo para él. Lo escribo con temor y temblor, porque me declaro culpable de este pecado.
Parece un mensaje muy trillado, pero para mí no lo es. Es un mensaje actual: debo dejar de utilizar mi lengua para causar daño y usarla para glorificar a Dios.
En los libros de Salmos y Proverbios podemos encontrar muchas maneras de usar nuestra lengua para el bien: hablar con la verdad (Salmo 34:13), guardar silencio (Prov. 10:19 y 11:12), ser leal a mi prójimo y no revelar su secreto (Prov. 11:13), responder suavemente a la ofensa (Prov. 15:1), hablar de la justicia de Dios y alabarlo (Salmo 35:28), etc.
Que Dios nos ayude a entender y dar importancia a esta advertencia, y a glorificar a Dios con nuestra lengua.