La iglesia la componemos personas tan diversas en personalidad, edad, período de vida, etc. Cada una con sus propias situaciones personales, necesidades espirituales, y algunas veces dificultades y batallas que son difíciles de librar. Como parte de un cuerpo, podemos sentirnos desalentados al buscar perfección en ella, para pronto descubrir que no existe tal entre nosotros.
Gracias al Espíritu Santo, que nos recuerda que Jesucristo sigue trabajando en cada vida de manera individual y que debemos ser agradecidos porque Él va a completar la obra en la vida de aquellos que ha salvado, porque así lo ha prometido (Filipenses 1:6).
"Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros." -Isaías 64:8
Es bueno recordar que la Palabra nos define como una obra en manos de un Padre y un Hacedor. Esto, a su vez, nos da el descanso de saber que Él tiene la autoridad sobre el barro para hacer en nuestras vidas lo que Él sabe que es mejor. Podemos descansar en que sus elecciones para nuestras vidas no son caprichosas; siempre tiene un plan y una razón para cada cosa.
Así, en la iglesia, a veces ese desastre se nota, como si estuviéramos en un taller (un taller a veces es un desastre) lleno de vasijas de diferentes diseños y tamaños, algunas más terminadas que otras. Pero todas están en las manos del alfarero, llenas de arcilla, creativas y poderosas, que nos van dando forma hasta dejarnos listos para el día de Jesucristo.
"Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?" -Romanos 9:20
Gracias también a Romanos, que nos recuerda que no debemos cuestionar a Dios. Aunque las misericordias de Dios son y están, no son nuestro derecho; son solo una gracia más del amor de Dios a nuestras vidas.
Por lo cual, debemos ver a nuestra iglesia como ese hermoso desastre. Por un lado, hermoso porque nos sabemos perdonados y redimidos por Jesús, y por otro, como un desastre porque algunas veces no estamos viviendo como aquellos que ya han sido perdonados. Aun con eso, el Señor desea que gobierne la paz de Cristo en nuestros corazones y que vivamos agradecidos como un solo cuerpo (Colosenses 3:15-16).
Porque Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, es preciosa y valiosa; la purificó y la lavó (Efesios 5:25-26). Nosotros tenemos el deber de amarla también y cuidarla de aquellos que desean lastimarla, causando divisiones y dificultades en ella (Romanos 16:17).
Te animo a estimarla como algo precioso y valioso, como ese lugar donde estudiamos y adoramos juntos, nos animamos, nos sostenemos en oración, nos servimos los unos a los otros y nos unimos a la tarea de hacer discípulos de Jesús juntos.