Uno de los lugares de mayor intimidad donde podemos abrir el corazón, intercambiar risas e historias memorables es en la mesa al compartir el pan.
Si estás familiarizado con la vida de José, él es un arquetipo en el Antiguo Testamento de Jesús. Si alguien tenía argumentos en contra de otros, era José, quien fue rechazado y vendido a Egipto por sus hermanos. Piensa en esto por un momento y pongámonos en sus zapatos. ¿Habría gozo o compasión en mi vida si me enfrentara a mis detractores? Tal vez en nuestra humanidad, apartando la mirada de Jesús, hasta se nos revolvería el estómago, por decir lo menos.
Sin embargo, observa las vestiduras que vistió José cuando se reencontraron sus hermanos con él:
"Y vio José a Benjamín con ellos, y dijo al mayordomo de su casa: Lleva a casa a esos hombres, y degüella una res y prepárala, pues estos hombres comerán conmigo al mediodía" -Génesis 43:16
Esta notable decisión de sentarlos a su mesa, siendo José el segundo de mayor autoridad sobre todo Egipto, nos muestra que no era el imponente atuendo egipcio lo mejor que vestía, sino uno que no se veía: el de entrañable misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre y paciencia, como escogido de Dios santo y amado (Colosenses 3:12). Por supuesto, no fue fortuita esta decisión; José mantuvo su lealtad y fidelidad al Señor después de pasar por el proceso del quebrantamiento para ser usado por Dios. En el reencuentro con sus hermanos, José recordó lo que Dios le reveló en sueños (Génesis 42:9), por lo cual les dijo:
"Así, pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios" -Salmos 45,8
Nosotros entregamos a Jesús el Señor a su muerte en la cruz con un orgulloso e insensato corazón que se ahoga en la vanagloria de este mundo y nos hace creer que podemos hacer las cosas sin Él. A pesar de nuestro coqueteo por amar lo que Él ama, ser probablemente inconstantes, correr "lastimados" o "lisiados" la buena carrera de la fe o incluso sentirnos indignos por nuestros fracasos, el Señor nuestro Redentor sigue invitándonos a Su mesa, que Él mismo adereza para llenar nuestra copa (Salmo 23:5) y comer el pan de vida que sacia toda nuestra necesidad (Juan 6:35).
¿Quién puede transformar nuestro lamento en gozo... sino Dios, lavar nuestras heridas de forma que no nos acordemos más... sino Dios, capacitarnos para amar a quien nos maldice... sino Dios, abrir el corazón para perdonar a quien nos falla... sino Dios, hacernos poner la otra mejilla al ser atacados... sino Dios, cautivar nuestra voluntad para responder a los intereses de otro... sino Dios?
Nuestro buen Pastor, Dios y Padre Celestial, nos extiende misericordia y gracia invitándonos con cuerdas de amor (Oseas 11:4) para estar muy cerca de Él sin importar nuestra condición. El único requisito es un corazón contrito y humillado (Salmo 51:17) para menguar nosotros y crecer solo Él, con el fruto bueno al ciento por uno. ¿Aceptas Su invitación?