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Foto del escritorYoshimi Horiuchi

Testificando sin temor

Con frecuencia podemos estar en situaciones donde nos preocupa demasiado la opinión de los demás, especialmente cuando expresamos públicamente nuestra fe. Estos pensamientos pueden llegar a ser tan obsesivos que nos pueden robar la paz y el gozo.



Los que seguían a Jesús estaban muy, pero muy inquietos por las reacciones de los líderes religiosos, ellos podrían ser capaces de entregarlos a los tribunales y de azotarlos, inclusive de llevarlos a los tribunales romanos por causa de Cristo. Jesús les advierte que serían como ovejas en medio de lobos; les dice que se cuidaran de los malos hombres, pero que no les tuvieran miedo, que fueran astutos como serpientes, pero inocentes como palomas.

“Así que no les tengan miedo, porque nada hay encubierto que no haya de ser revelado, ni oculto que no haya de saberse. Lo que les digo en la oscuridad, háblenlo en la luz; y lo que oyen al oído, proclámenlo desde las azoteas. No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien teman a Aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno. ¿No se venden dos pajarillos por una monedita? Y sin embargo, ni uno de ellos caerá a tierra sin permitirlo el Padre. Y hasta los cabellos de la cabeza de ustedes están todos contados. Así que no teman; ustedes valen más que muchos pajarillos. Por tanto, todo el que me confiese delante de los hombres, Yo también lo confesaré delante de Mi Padre que está en los cielos. Pero cualquiera que me niegue delante de los hombres, Yo también lo negaré delante de Mi Padre que está en los cielos.” -Mateo 10:26-33

Sí, el temor al hombre puede ser muy obsesivo. Nos puede llegar a paralizar al punto de dejar de ser luz, dejar de ser sal. Algunos pueden llegar a esconder su fe para no ofender a nadie y así sentirse seguros y cómodos en un mundo que se pierde sin Dios.

Cuando evangelizamos corremos el riesgo de ofender a las personas, pero también tenemos la oportunidad de salvar vidas.


Pablo entendió este principio, así que no desgastó su alma intentando quedar bien con todos; eso es imposible. Prefirió poner la luz muy en alto y no meterla en un cajón.

“Porque ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O me esfuerzo por agradar a los hombres? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo.” -Gálatas 1:10

Simple, ¡no teman a los hombres, teman a Dios!

 


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