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Foto del escritorLuis Hernández

Paz en la tormenta

Vivimos en un mundo turbulento que día tras día nos presenta diferentes desafíos y pruebas. Estas situaciones pueden llegar a producir en nosotros estrés, angustia, preocupación o ansiedad, pero en Cristo podemos cruzar cada tormenta guardados por la perfecta paz de Dios.


"Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” -Filipenses 4:6-7 (RVR60)

En el pasaje que hoy meditamos, el apóstol Pablo nos muestra qué hacer en esos momentos de ansiedad y angustia para poder experimentar la paz de Dios. En primer lugar, debemos llevar a Dios en oración esas cosas que nos generan ansiedad y afán: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios” (Fil. 4:6). No obstante, en ocasiones pensamos tanto en cómo poder solucionar el problema que nos olvidamos de ponerlo en las manos de Dios. En su lugar, el apóstol nos invita a llevar todas nuestras angustias, problemas y situaciones ante el trono de la gracia.


Después, en respuesta a nuestras oraciones, Dios promete traer paz al corazón angustiado. Promete que, inexplicablemente, y a pesar de las situaciones difíciles, el creyente que se presenta ante Dios con sus angustias, miedos, temores, y afanes, podrá experimentar la paz de Dios en medio de las tormentas de la vida.


La invitación es a que diariamente y, cada vez que la angustia y ansiedad empiece a apoderarse de nosotros, vayamos delante de Dios presentando nuestras cargas para poder experimentar su paz en medio de la tormenta. ¿Y si oramos y aun así seguimos intranquilos? ¡Oremos más! Oremos hasta que nuestro corazón sea vaciado en su presencia y su paz inunde nuestros corazones. Aferrémonos a la promesa y volquemos nuestros corazones a Dios en oración. “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fil. 4:7).

 


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