Cuando Pablo escribe a la iglesia de Corinto, debemos tener en cuenta que está escribiendo a creyentes que están teniendo luchas importantes contra el pecado y la carne. A lo largo de sus escritos, deja ver que algunos de ellos practicaban inmoralidades, como la fornicación y el adulterio; otros luchaban contra los celos y las envidias; algunos estaban involucrados en fraudes y malos negocios; mientras que otros se enfrentaban a la murmuración, pleitos y divisiones. También había quienes luchaban con la glotonería y la borrachera. En resumen, sin lugar a duda, Pablo escribe a personas que estaban pasando por luchas y pecados muy semejantes a los que hoy en día los creyentes podemos estar viviendo y con los que estamos luchando.
Desde el comienzo de la primera carta, el apóstol desea que los creyentes se relacionen con dos verdades. La primera es que han sido “santificados en Cristo Jesús” (1 Corintios 1:2). Desde el momento en que una persona pone su fe y confianza en Cristo, ha sido lavada y purificada por la sangre del Cordero, y es puesta como hijo en la familia de Dios, disfrutando de una posición de gracia privilegiada en Cristo. De esta manera, todo creyente es visto por Dios como “santo”; posicionalmente, la obra de Cristo ha sido completada.
La segunda verdad tiene que ver con la realidad diaria del creyente, quien, aunque ahora es visto como “santo” delante de Dios, todavía se encuentra en un proceso de santificación que se va produciendo en el andar diario y que será completado en el momento de encontrarse con Cristo. De allí la exhortación del apóstol, recordando a los creyentes que fuimos “llamados a ser santos”, y por lo tanto, es importante seguir el consejo de Pedro, quien dice:
“como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” -1 Pedro 1:14-15
La exhortación de los apóstoles es que el creyente entienda que ha sido llamado a ser santo y que debe despojarse diariamente de las prácticas del viejo hombre, e ir revistiéndose de la santidad de Cristo. Aunque día a día haya luchas y todo el sistema del mundo se oponga a la santidad, el creyente cuenta con poderosas herramientas dadas por Dios para salir victorioso y cumplir su llamado a la santidad. Algunas de estas herramientas son la Palabra de Dios, la oración, la comunión y hermandad con otros creyentes, así como la confesión diaria de pecado.
Es importante entender nuestro llamado y procurar vivir esa vida de santidad a la que fuimos llamados. También debemos comprender que dejar los viejos hábitos será un proceso y que cada creyente se encuentra en un proceso único y personal de santificación. Por lo tanto, debemos ser pacientes unos con otros, compasivos y animarnos mutuamente para poder cumplir con este llamado.