Uno de los sentimientos más amargos que un creyente sincero puede experimentar es ese que permanece en nuestro interior después de haberle fallado a Dios. Esa sensación de culpa nos embarga y entristece, el gozo se apaga y tendemos a escondernos del rostro del Señor; no obstante, debemos recordar que justamente para eso vino Jesús: para lavarnos, para limpiarnos y restaurarnos.
Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado. -Salmos 51:2
"Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad." -1 Juan 1:9
Para que Dios perdone nuestros pecados es necesario reconocer nuestra falta y rogar humildemente por su perdón. Debemos confesarle a Él lo que hemos hecho mal y confiar en la fidelidad de sus promesas.
Estoy convencido de que al Señor le agrada una confesión honesta de nuestro deseo de agradarle.
"Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí." -Salmos 51:10
Que este anhelo sea genuino, como lo fue en David, a quien la Escritura se refiere como “un hombre conforme al corazón de Dios” (1 S.13:14).
Amado hermano, que el Señor de gracia te llene de su amor, que te dé palabras de misericordia y que establezca tu fe. Te deseo una bendecida semana.