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Foto del escritorJoaquín Mena

La antesala de la misericordia

¿Has sentido que te han fallado? ¿Cómo reaccionas en situaciones que confrontan tu temperamento? Amado amigo(a), dominados por nosotros mismos, es posible que experimentemos reacciones indeseables en nuestras vidas.



"Porque mejor es tu misericordia que la vida; Mis labios te alabarán." -Salmos 63:3 (RVR60)

En esta porción del Salmo 63, David se encontraba en el desierto de Judá huyendo del Rey Saúl, en medio de una situación física y emocionalmente desgastantes. Sin embargo, David acostumbraba recurrir muy de mañana a la Fuente de Vida (Juan 6:35) para tener comunión íntima, no como un hábito aprendido o una actividad más en su lista de pendientes, sino por la necesidad extrema, como la de alguien sediento. Por eso David dice, “Dios, Dios mío eres Tú… mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela” (v.1).


¿Qué veía David como resultado de una comunión cercana con Dios? Por supuesto, veía su poder y su gloria actuando en su vida (v.2). En medio de sus circunstancias presentes, David hacía memoria de lo que el Señor ya había hecho por él en el pasado. Entonces, cuando David cruzó por lo que yo llamaría su "examen final de especialidad", pudiendo quitarle la vida al rey Saúl, no extendió contra él su mano porque temió y obedeció la voluntad de su Señor primero (1 Samuel 24). ¿Empiezas a vislumbrar cuál es la antesala de la misericordia? EL AMOR. David, a través de una estrecha comunión con el Señor, pudo entender que su vida no valía más que el poder experimentar el amor inagotable de Dios; una vida no dominada por sus emociones sino por el Espíritu de Dios. Para David, vivir una vida en quebranto significaba vivir una vida en gozo permanente para clamar, tal vez con lágrimas aun corriendo: "Señor ¡Cuánto te alabo! Te alabaré mientras viva; a ti levantaré mis manos en oración” (v. 3-4).


Recuerda mi amado(a), tus acciones o emociones dominantes no deben ser consecuencia de las circunstancias en las que te encuentras, sino de lo que crees. La gracia de Dios nos revela que no se trata de nosotros, sino de amar más a la manera de Jesús (Fil. 2:5).

 


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