¿Has orado por largos años por alguna situación sin tener una respuesta aparente ante tus ojos? En ocasiones he pensado en detenerme, sin embargo, viene a mi memoria otra vez aquella mujer sirofenicia que echando voces clamaba, intentando ser escuchada por el Señor. Recordar su historia me anima a persistir en la oración, intercediendo por aquellos que aún son atormentados.
"Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio." -Mateo 15:22 (RVR60)
Una gentil de un pueblo idolatra y pagano, con todo en su contra, rindió honra a Jesús y alzo su voz clamando por misericordia. A pesar del aparente desprecio y negativa de Jesús ella respondió postrándose ante Él diciendo: ¡Señor, socórreme! (Mat. 15:25). Es tan fácil para mi sentirme identificada. No somos dignos de Su misericordia, pero reconocemos que Jesús es el Señor y que bastarían migajas de su mano para hacer milagros en nuestras vidas.
Es tiempo de persistir en la oración, hoy más que nunca, orando con una fe grande como la de esta mujer anónima. Una fe en Jesús que nos lleve a clamar, intercediendo por los muchos que aún son atormentados por el pecado, orando por la salvación de nuestros hijos, la santidad de nuestros matrimonios, y la sanidad de nuestros enfermos. Nosotros sabemos que el corazón contrito y humillado no será despreciado (Sal. 51:17), y que este tiempo de oración nos conducirá a la voluntad siempre buena, agradable, y perfecta de nuestro Señor Jesucristo.