Recientemente en las noticias internacionales hemos escuchado acerca de los incendios que se propagaron en Valparaiso Chile, región donde más de 15,000 viviendas fueron afectadas. Dicha tragedia ha sido calificada como una de las más grandes en Chile en las últimas décadas.
Las imágenes son devastadoras, grandes extensiones de tierra se redujeron a escombros. El fuego devasta en muy poco tiempo cuando éste no es controlado inmediatamente y causa mucha destrucción; lo asombroso del asunto en ésta tragedia es que ni siquiera se dijo en las noticias que los incendios fueron resultado simplemente de “un accidente” sino que hay fuentes que aseguran que fueron provocados y que simplemente “se salieron de control” haciendo tanto daño.
Mientras miraba los noticieros de manera gráfica la destrucción, recordé el capítulo 3 del libro de Santiago que usa un simil del fuego como si fuera nuestra propia lengua, es decir, nuestras palabras, aquello que hablamos en cada conversación con cualquier persona.
“Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!" -Santiago 3:5
Esto es, ¡pocas palabras con una intencionalidad incorrecta pueden causar un grande daño!
¡Cuán conscientes necesitamos estar a diario de las conversaciones y de las palabras que dejamos salir de nuestra boca, sabiendo lo que ellas pueden producir!
La porción 3:8 de Santiago también nos dice que la lengua es un mal, llena de veneno mortal que no puede ser refrenada.
Amados, somos tan capaces de con nuestra boca bendecir a Dios y también con ella maldecir a los demás y hablar palabras ociosas. Y, ¿cuál es la palabra ociosa? Aquella que no pronunciamos con entendimiento ni con sabiduría.
Con entendimiento de su poder para causar bien o mal y con sabiduría de lo alto que conlleva en ella motivos puros, pacíficos, benignos, llenos de misericordia y sin hipocresía. (Véase Santiago 3:16)
Tengamos la práctica de hacer un alto, de refrenar nuestra lengua y examinar los motivos del corazón para hablar lo que hablamos, pidamos como el
Salmista:
"Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío." -Salmo 19:14
Recordemos que nuestras palabras solo reflejan y exhiben los motivos de nuestro corazón (véase Lucas 6:45-46) y recordemos también la exhortación de no entristecer al Espíritu Santo dejando salir palabras corrompidas ( véase Efesios 4:29).
Amados, tengamos cuidado y temor de Dios mientras hablamos, no sea que nosotros seamos los provocadores de grandes daños, recuerden:
¡pequeños fuegos pueden encender grandes bosques!
Les dejo con Santiago 1:26
"Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión de tal es vana."