Adorar a Dios con nuestros labios a través de cánticos espirituales es un acto majestuoso y reverente que debería redargüir nuestros corazones y motivar nuestros deseos a ser más como Jesús en cada letra.
Difícilmente seríamos motivados a esto si no anhelamos Su entendimiento y no subordinamos nuestros deseos a los Suyos, ya que Dios nos amó primero. En ocasiones vivimos nuestra vida como nos parece mejor, revelando nuestra naturaleza contraria a una relación de amor y desechando lo que el Señor nos ha dejado por instrucción en Su sana palabra.
El amor que Jesús nos mostró, sin reservarse nada, fue su propio sacrificio consciente y voluntario en la cruz. La verdad manifestada por la sangre que Jesús derramó, poniendo su vida en nuestro lugar, debería cambiar radicalmente nuestra manera de vivir y tomar decisiones, amándolo con la misma intensidad y de la misma forma: sacrificialmente en todas las áreas de nuestra vida.
Esta forma de vivir no es popular, ya que requiere someternos voluntariamente para hacer la voluntad de Dios y cumplir Sus propósitos (Mt. 26:39), y es opuesta al mundo. ¿Qué habríamos ganado terrenalmente si no perseguimos ser "ganadores" en la búsqueda de la felicidad porque creemos merecerla?
"Nosotros lo amamos a él, porque él nos amó primero." -1 Juan 4:19 RVR1960
Sin embargo, la promesa vigente es esta: si deseamos voluntariamente vivir bajo el Señorío de Cristo, nuestros ojos verán y nuestros oídos oirán lo secreto de Dios (Jer 33:3), reservado para los buenos siervos fieles.
Así como la obediencia debe ser primordial sin tener que entender, el sacrificio puede llegar sin estar preparados, aprendiendo a caminar sin ver y sin tener control, solamente por fe, como aquella mujer que padeció flujo de sangre por doce años, con la esperanza sanadora de alcanzar al menos el borde del manto de nuestro Gran Maestro (Lc. 8:43-48). Es como Jesús entrenó a sus discípulos durante todo su ministerio, para que estuvieran preparados cuando él no estuviera en medio de ellos.
¿Qué responderías si hoy el Señor te pregunta: "¿(pon tu nombre) me amas?" Él ya conoce la respuesta de lo que ha visto, ¿y tú? (Juan 14:21).
Que el Señor revele a nuestras vidas la anchura y profundidad de su amor, llegue al intelecto y aterrice en el corazón, para enseñarnos a vivir en consecuencia como hijos amados.
¡Dios bendiga tu vida!